HUMANISMO MÉDICO

 

En Reumatología, ¿generamos los maestros que el siglo XXI necesita?

In Rheumatology, do we generate the teachers that the 21st century needs?

Sergio Paira

Sección de Reumatología, Hospital José M Cullen, Santa Fe, Argentina.

Contacto del autor: Sergio Paira, E-mail: pairasergio@hotmail.com

Fecha de trabajo recibido: 15/10/21

Fecha de trabajo aceptado: 01/11/21


Resumen

¿Quiénes deberían ser maestros de la Reumatología Argentina? Uno pensaría los mejores. ¿Son los mejores? ¿Cuál debería ser el criterio de selección para tan honroso y destacado sitio? Nuestra Sociedad exige: “Todos aquellos que hayan cumplido 65 años y que con su actividad académica mediante, formaron jóvenes reumatólogos”. ¿Cómo los formaron? ¿Sabemos? ¿Técnicos o humanistas? La formación de un discípulo, en este caso en Reumatología, debe ser integral. No solo lo técnico, sino también de igual importancia en lo humano. Un maestro dialoga, mantiene un ideal, renuncia al enriquecimiento y muestras sus llagas.

Palabras clave: educación; experiencia en Reumatología.

Abstract

Who should be the great educators and masters of Argentinian Rheumatology? One would think they should be the best ones! But are they the best ones? What ought to be the selection criteria for such a distinguished and honourable position? Our society demands: “All of those who have turned 65 years old and who, thanks to their academic work, have trained young rheumatologists”. How the latter were trained? Do we know? As mere technicians or as humane professionals? The academic training of a pupil of Rheumatology, as in this case, must be comprehensive. Not only the technical but also the human aspect is of the utmost importance. An educator converses, is true to an ideal, gives up/sacrifices enrichment and reveals their weak points.

Key words: education; experience in Rheumatology.


Introducción

Creo que no es fácil la selección de un MAESTRO, una palabra que conlleva una función casi mística, honorable, llena de pasión, de riesgos, aciertos y errores, de grandes alegrías y sinsabores al mismo tiempo. También creo que no hay muchos maestros, y usar esta palabra casi sagrada para “otorgarla” a alguien, merece una profunda reflexión. Siempre he tratado de juzgar méritos y valías con equidad, por eso podría decir que no cualquiera puede ser un maestro.

Qué difícil debe ser llegar a ser un maestro y a su vez qué alegría poder serlo. Haber ayudado a otros en su crecimiento humano y profesional, e iniciarlos en un camino duro, espinoso, lleno de incomprensiones, de luchas contra lo establecido. Cuánta soledad muchas veces, cuántas decisiones que deben tomarse y que no se sabe si son acertadas en esos momentos. Personalmente, pienso que por más que el maestro esté rodeado de gente, siempre está solo. Cuánta responsabilidad y a veces, también, cuántas ingratitudes.

Me pregunto: ¿los maestros deberían ser investigadores sobresalientes y, a la vez, notables humanistas? ¿Tener una importante personalidad, generosa, cordial con los buenos, pero duro e intransigente con la mezquindad, el doblez y la falsía, respetuosa del talento, del saber y la virtud, enemiga declarada de la simulación, de la fastuosidad y las vanas apariencias?.

O quizás el maestro sea solo un simple trabajador serio, perseverante, disciplinado y obstinado, lleno de voluntad y deseos de saber, con un gran espíritu generoso, modesto, sencillo y austero. Pero como dijo León Felipe: “Sin escuela, sin método y sin disciplina” no se puede ser un virtuoso.

De algo estoy seguro: estas personas trabajan, aprenden, guían y forman a nuestras generaciones futuras, hecho ya vislumbrado por otro soñador y extraordinario poeta quien, al inaugurar la biblioteca de su pueblo (Fuente Vaqueros, Granada) en 1931, mencionó: “Porque es necesario que sepáis todos que los hombres no trabajamos para nosotros sino para los que vienen detrás, y que éste es el sentido moral de todas las revoluciones, y en último caso, el verdadero sentido de la vida” (Federico García Lorca).

Por su parte, William Osler (padre de la Medicina norteamericana) expresó: “Un médico debe tener conocimiento y tres haches (h): humor, humanismo y humildad”. Mientras que el Dr. Juan Canoso, en un Congreso Argentino (2012), presentó una diapositiva sobre lo que según su parecer debería ser un maestro y señaló: “Un maestro dialoga, mantiene un ideal, rehúye el enriquecimiento y muestra sus llagas”.

“Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal”, escribió José Ingenieros en “El hombre mediocre” (1913), un hermoso resumen de esa idea que una persona como Juan Canoso llevó a la práctica con su conducta y coherencia de siempre.

Con todo respeto, me gustaría tomarme el atrevimiento de recorrer algo de la literatura y analizar cada uno de estos conceptos.

Un maestro dialoga

En su libro: “La educación y el significado de la vida”, Jiddu Krishnamurti se refirió a la educación y mencionó:

“Lo que ahora llamamos educación es la acumulación de datos y conocimientos por medio de los libros, cosa factible a cualquiera que puede leer. Si bien es necesario leer, escribir y aprender ingeniería o cualquier otra profesión, ¿nos dará la técnica la capacidad para comprender la vida? Indudablemente, la técnica es secundaria, y si la técnica es lo único que buscamos, evidentemente estamos negando la parte más importante de la vida. La educación actual es un total fracaso porque le da demasiada importancia a la técnica. Al subrayar la técnica, estamos destruyendo al hombre. El desarrollo exclusivo de la técnica ha producido científicos, matemáticos, constructores de puentes, conquistadores del espacio, ¿pero comprenden ellos acaso el proceso total de la vida? ¿Puede algún especialista sentir la vida como un todo?

“La verdadera educación al mismo tiempo que estimula el aprendizaje de una técnica, debe realizar algo de mayor importancia, ayudar al hombre a experimentar, a sentir el proceso integral de la vida.

“Estamos produciendo, como un molde, un tipo de ser humano cuyo principal interés en la vida es encontrar seguridad, llegar a ser un personaje importante, o meramente divertirse con la mínima reflexión posible.

“La inteligencia es el discernimiento de lo esencial, y para discernir lo esencial hay que estar libre de los impedimentos que la mente proyecta en busca de su propia seguridad y comodidad. El temor es inevitable mientras la mente busca seguridad y cuando los seres humanos están regimentados en alguna forma, se destruyen sutilmente la inteligencia y la actitud alerta.

“La educación convencional hace sumamente difícil el pensamiento independiente. La conformidad conduce a la mediocridad. Ser diferente del grupo o resistir el ambiente no es fácil, y a menudo es peligroso, mientras rindamos culto al éxito. Toda la educación que hemos recibido nos hace temer ser diferentes a los demás o el pensar de distinta manera a la norma establecida por la sociedad”1.

Otros autores coincidieron con esta idea:

“…ningún oficio puede ejercerse de manera consciente si las competencias técnicas que exige no se subordinan a una formación cultural más amplia, capaz de animar a los alumnos a cultivar su espíritu con autonomía y dar libre curso a su curiosidad. Identificar al ser humano con su mera profesión constituye un error gravísimo: en cualquier hombre hay algo esencial que va mucho más allá del oficio que ejerce. Sin esta dimensión pedagógica, completamente ajena a toda forma de utilitarismo, sería muy difícil, ante el futuro, continuar imaginando ciudadanos responsables, capaces de abandonar los propios egoísmos para abrazar el bien común, para expresar solidaridad, para defender la tolerancia, para reivindicar la libertad, para proteger la naturaleza, para apoyar la justicia”2.

Según Nuccio Ordine: “El encuentro auténtico entre el maestro y alumno no puede prescindir de la pasión y el amor por el conocimiento”. “No se conoce, sino lo que se ama” (Johann Wolfgang von Goethe)2.

Mantiene un ideal

Quisiera comenzar con el Dr. José Ingenieros quien, en su obra, señaló: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar, no se renciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Solo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real”3.

En su libro: “La utilidad de lo inútil”, Nuccio Ordine explicó sobre los saberes inútiles:

“La utilidad de los saberes inútiles se contrapone radicalmente a la utilidad dominante que, en nombre de un exclusivo interés económico, mata de forma progresiva la memoria del pasado, las disciplinas humanísticas, las lenguas clásicas, la enseñanza, la libre investigación, la fantasía, el arte, el pensamiento crítico y el horizonte civil que debería inspirar toda actividad humana. En el universo del utilitarismo, en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro, entender para qué pueden servir la música, la literatura y el arte.

El saber constituye por sí mismo un obstáculo contra el delirio de omnipotencia del dinero y del utilitarismo. Todo puede comprarse, es cierto. Desde los parlamentarios hasta los juicios, desde el poder hasta el éxito: todo tiene un precio. Pero no el conocimiento: el precio que deba pagarse por conocer es de naturaleza muy distinta. Ni siquiera un cheque en blanco nos permitirá adquirir mecánicamente lo que solo puede ser fruto de un esfuerzo individual y una inagotable pasión. Nadie, en definitiva, podrá realizar en nuestro lugar el fatigoso recorrido que nos permitirá aprender. Sin grandes motivaciones interiores, el más prestigioso título adquirido con dinero no nos aportará ningún conocimiento verdadero ni propiciará ninguna auténtica metamorfosis del espíritu.

“Solo el saber puede desafiar una vez más las leyes del mercado. Yo puedo poner en común con los otros mis conocimientos sin empobrecerme, dando vida al milagro de un proceso virtuoso en el que se enriquece, al mismo tiempo, quien da y quien recibe. Es doloroso ver a los seres humanos, ignorantes de la cada vez mayor desertificación que ahoga el espíritu, entregados exclusivamente a acumular dinero y poder.

“Persiste, sin embargo, una supremacía del tener sobre el ser, una dictadura del beneficio y la posesión que domina cualquier ámbito del saber y todos nuestros comportamientos cotidianos”2.

Rehúye el enriquecimiento

Friedrich Nietzsch, acerca del asceta, describió: “Es una persona que profesa la abnegación”. La serie Dr. House muestra que él, sin embargo, es en realidad un asceta, casi nunca lo veremos poseyendo o anhelando los típicos indicadores del éxito material, quizás sea simplemente una falta de interés en ellos. Lo que lo rodea es modesto y simple, sin rastros de hábitos consumistas.

Para aquellos “iluminados, bendecidos” que sienten el compromiso y la pasión por lo que hacen, François Rene Auguste Chateabriand nos trajo la idea clara al respecto: “El maestro en el arte de vivir no hace aguda distinción entre su trabajo y su juego, su labor y su placer, su mente y su cuerpo, su educación y su entretenimiento. Difícilmente sabe cuál es cuál. Simplemente persigue su visión de excelencia en lo que sea que haga y deja que los demás determinen si está trabajando o jugando. Para él mismo, siempre parece estar haciendo ambos”4.

Emilio Sergent escribió: “El ejercicio de la Medicina puede conducir al honor o al dinero, entre esos dos extremos juega la conciencia. Ni código de deontología, ni orden de los médicos, ni cámaras de disciplina podrían dar una nueva conciencia a quienes no la tienen. Empeñémonos, pues, por cultivar en nuestros jóvenes la educación moral, cuya garantía más segura es el ejemplo. Ensenémosles que el objeto final de la Medicina no es una ganancia de dinero sino un triunfo sobre la enfermedad”5.

“Los descubrimientos fundamentales que han revolucionado la historia de la humanidad son fruto, en gran parte, de investigaciones alejadas de cualquier objetivo utilitarista. La progresiva retirada del Estado obliga cada vez más a universidades y centros de investigación a pedir fondos a empresas privadas y multinacionales. Se trata, en cualquier caso, de proyectos dirigidos a la realización de un producto que pueda lanzarse a un mercado o utilizarse dentro de la misma empresa. Y sin querer disminuir la importancia de estas contribuciones al progreso de la ciencia, parece sin embargo quedar muy lejos el clima de libertad, que ha hecho posible las grandes revoluciones científicas. La llamada investigación básica, en otros tiempos financiada con dinero público, no parece ya despertar ningún interés.

“En los próximos años habrá que esforzarse para salvar de esta deriva utilitarista no solo a la ciencia, la escuela y la universidad, sino también todo lo que llamamos cultura. Habrá que resistir a la disolución programada de la enseñanza, de la investigación científica, de los clásicos y de los bienes culturales. Porque sabotear la cultura y la enseñanza significa sabotear el futuro de la humanidad”2.

Ordine, en su capítulo “Poseer mata: ‘dignitas hominis’ amor y verdad”, citó que el autor anónimo de “Sobre lo sublime” había considerado que el afán de riquezas es una gravísima enfermedad, capaz de corromper no solo el ánimo humano, sino también la sociedad y la vida civil:

“Porque es ese afán insaciable de lucro que a todos nos infecta, es esa búsqueda desenfrenada del placer lo que nos esclaviza, más aún, nos arrastra al abismo, cabría decir, como a una nave con toda su dotación. La avaricia es, ciertamente un mal que envilece. Yo, en verdad, reflexionando sobre este punto, no sabría explicarme cómo puede resultar posible que, concediendo un valor tan grande, o por decir mejor, divinizando a la riqueza exagerada, no demos asimismo entrada en nuestras almas a los vicios que aquella arrastra consigo. Y si se permite a estos brotes de la riqueza progresar durante años, engendran en las almas unos tiranos implacables: la insolencia, la ilegalidad, la impudicia”2.

“Es el gozar, no el poseer, los que nos hace felices” (Michel Eyquem de Montaigne).

Muestra sus llagas

En 1949, el Dr. Ramón Carrillo se dirigió a los ingresantes a Medicina, y les dijo: “Este es el momento de la vida de ustedes en que puedo hablarles. Dentro de poco, dentro de un año o dos, serán ya ustedes alumnos adelantados de la Facultad de Medicina y, desde ese instante, sufrirán un proceso de embrutecimiento, un proceso de embrutecimiento insospechado. Ahora son ustedes jóvenes inteligentes, jóvenes que comprenden cualquier enunciado. Todavía no han sido sometidos a la ‘barbarie universitaria’, de que habla Ortega y Gasset. Discúlpenme que ponga un poco de acíbar temprano en la miel de hoy. Siento decirles que a lo que ustedes aspiran, aquello que ustedes desean lograr con este Curso de ingreso a la Universidad es, ni más ni menos, que prepararse para ingresar en la barbarie. No olviden, pues, esto. Jamás dejen de leer y estudiar alguna cosa que no sea Medicina. Frecuenten la literatura propia y universal. Estén “a la page”, como dicen los franceses, de las corrientes filosóficas que, como marea fluyen y refluyen siempre. No se olviden de que existen siempre exposiciones de pintura y escultura, ni que se puede escuchar música. No se dediquen, en una palabra, de un modo cerrado, exclusivo, a la Medicina, porque entonces concluirán en nada más que en simples artesanos de la profesión”.

Según Krishnamurti, “el maestro que es sincero protegerá a los discípulos y les ayudará por todos los medios posibles a crecer hacia la verdadera clase de libertad, pero le será imposible hacer esto si él mismo está aferrado a una ideología, si es en alguna forma dogmático o egoísta”1.

Otro aspecto importante es el discípulo, y Nietzsche afirmaba: “Se rinde homenaje mal a un maestro si se permanece siempre siendo su discípulo. Todavía no se han buscado a ustedes mismos, y será entonces así que me habrán encontrado”6.

Un libro de William Irwin y Henry Jacoby: “La Filosofía de House”4, nos pasea por varios filósofos - Jean Paul Sartre y Nietzsche, Sócrates y Aristóteles e incluso la filosofía Zen - tratando de comprender a este “bastardo consumidor de pastillas que cojea por los pasillos del Hospital Princenton-Plaisboro. House dijo que el método socrático es la mejor manera que tenemos de enseñar.

“El método socrático se basa en la idea de que el conocimiento es algo que no se puede dar, sino que cada quien debe descubrirlo por sí mismo. Así que la única forma de ayudar a alguien a aprender es haciéndole preguntas que lo ayuden a razonar su camino a la verdad. Los estudiantes concluyen inocentemente que no es amable obligarlos a buscar por sí mismos el diagnóstico correcto cuando es obvio que su ‘maestro’ lo sabe”. Pero al hablar a los estudiantes les dice: “El estudiante debe pensar con independencia y ‘superar’ la formación anterior. Para ello, son necesarias la energía y la tenacidad. El valor que se requiere muchas veces para ir en contra de las restricciones impuestas por sus propios superiores. Y superar también la opresión y sometimiento que implica el peso de la moral y las costumbres”.

“Solo triunfará como maestro si su pupilo logra ver más allá de lo estrictamente médico y logra expandir la función tradicional del doctor. House es el ejemplo del médico con la disciplina y voluntad necesarias para sobreponerse a lo establecido en la profesión. Haciendo a un lado distinciones profesionales y complacencias solapadas por la inercia. Esa actitud rebelde y llena de humor frente a la excesiva formalidad de la escena hospitalaria.

“Una educación que no retará y cambiará las ideas que los estudiantes ya tienen, sería una mala educación. Y un médico que no expresa un sano escepticismo en relación con el estado actual de la Medicina, no sería más que un médico de cajero automático, recetando medicamentos según algunos lineamientos establecidos previamente. Así como las luchas físicas, las confrontaciones intelectuales también duelen. Pero llevan a nuestros más grandes descubrimientos. Al menos con respecto al conocimiento”4.

El filósofo Nietzsche habló sobre el silencio y la soledad de una obra o acción: “Hay algo que denomino rencor de la grandeza: todo lo grande, una obra, una acción, se vuelve contra su autor una vez acabada. Entonces, justamente, por haberla hecho su autor se debilita y entonces ya no puede tolerar su propia obra, y ya no la puede mirar a los ojos. Tener detrás de sí algo que jamás le fue lícito querer, algo a lo que está atado el nudo del destino humano ¡y tenerlo ahora encima de sí y cargar con su peso! Eso aplasta. ¡El rencor de la grandeza! Una segunda cosa es el horrendo silencio que se oye alrededor. Y siete velos son los que envuelven a la soledad y nada los atraviesa. Se va a buscar a los hombres, se saluda a los amigos: nuevo desierto, ninguna mirada hace signo. En el mejor de los casos, no se observa sino una especie de rebelión. Tal rebelión, ya la he observado en grados diversos, pero en casi todo el mundo que se hallaba cerca de mí; parece que nada ofende más hondo que el hacer notar de repente una distancia, pues las naturalezas nobles son tan raras que no sabrían vivir sin un culto a la veneración. Una tercera cosa es la absurda inestabilidad de una epidermis que se vuelve sensible a las pequeñas picaduras, una especie de impotencia ante todo lo pequeño. Y en este hecho observo la causa de la más vasta dilapidación que presupone todo acto creador, cuando éste parte de lo más profundo, de lo más íntimo de nuestro ser”6.

Tenemos que volver a recordar lo que es importante en el ejercicio de la Medicina y aquello que no lo es, lo que resulta esencial en la profesión y lo que es meramente accesorio.

Oscar Varsavsky ya planteaba años atrás: “El que aspire a una sociedad diferente no tendrá inconvenientes en imaginar una manera de hacer ciencia muy distinta de la actual. Más aún, no tendrá más remedio que desarrollar una ciencia diferente. En efecto, la que hay no le alcanza como instrumento para el cambio y la construcción del nuevo sistema”7.

Este desafío, de desarrollar una ciencia diferente, dependerá hoy de los maestros que construyamos para el futuro.

Conflictos de interés

El autor declara que no existe conflicto de interés.

Bibliografía sugerida

1. Krishnamurty J. La educación y el significado de la vida. Editorial Orion, 1972.

2. Ordine N. La utilidad de lo inútil. Editorial Acantilado. Decimonovena edición. 2018.

3. Ingenieros J. El hombre mediocre. Editorial Losada. 1961. Decima edición.

4. Irwin W, Jacoby H. La Filosofía de House. Selector editorial, 21º Ed. Reimpresión 2010.

5. Araoz-Alfaro G. Grandes médicos. Segunda serie. Editorial El Ateneo, 1952.

6. Nietzsche F. Ecce Homo. Buenos Aires, 2013.

7. Varsavsky O. Ciencia, política y cientificismo. Editorial Primera Clase Impresores.